jueves, 6 de agosto de 2009

Compré la casa

En 1997, con los ahorros de toda mi vida, más otro poco que me prestaron mis padres, compré un departamento cerca de Agüero y Las Heras. Por fin tenía una inversión inmueble de donde obtener un adicional a mi sueldito de docente. Estaba orgullosa. Todos los sacrificios de no ir a la peluquería, ir al cine solo los miércoles, no salir a despilfarrar plata en restaurantes ni en vacaciones, habían valido la pena: ahora se plasmaban en los ladrillitos que constituían mi casa nueva y que resguardarían mi dinero.

Lo puse en alquiler y durante varios años el negocio funcionó bien, con los lógicos altibajos de la economía argentina: a veces redituaba más, otras, menos.

Cuando llegó la gran crisis del 2001 mi inquilina de 4 años se quedó sin trabajo. Llegamos a un acuerdo de anotar en un papelito cuánto me iba debiendo para pagarlo cuando pudiera. Pasaron los meses y le ofrecieron un trabajo en USA. Desde allá, todos los meses cumplió nuestro acuerdo y me enviaba un cheque para ir saldando la deuda anotada en aquel papelito, hasta que finalmente la cubrió. Sellamos entre nosotras una duradera amistad. Así debían ocurrir las cosas entre gente honesta.

Después lo alquiló un travesti, que a pesar de escandalizar al vecindario, pagaba puntualmente. Jamás debió un centavo. Al partir, el departamento quedó en ruinas: todo había quedado destartalado o roto. Las canillas perdían, había una gotera de siglos en el baño, espejos arrancados de las paredes que se habían llevado parte del revoque, enchufes destruidos, el portero eléctrico guardado en una caja, el toldo del patio no subía ni bajaba. En fin, no quedaba nada en pie. En ese momento me di cuenta de que quizás no era todo tan maravilloso como pensaba en este negocio.

No hay comentarios: